2007-04-27

Lo que significan para mi los trescientos y otros tantos

Siendo yo aún pequeño, quizá cinco o seis años, mi padre me contó por primera vez la batalla de las Termópilas. Recuerdo que lo hacía cuando tocaba leer algún cuento y no le apetecía lo más mínimo abrir una página. Entonces se sentaba a mi lado y comenzaba a contar historias con un talento para la narración que no he visto superado por nadie a día de hoy. Supe por él quién era Leónidas, quién llevaba por nombre Beowulf, porqué a Aquiles le apodaban "el de los pies ligeros" y porqué yo tenía un tendón que se llamaba como aquel griego lleno de fuego; cuál fue el motivo de que dos mentes tan brillantes como las de Aníbal y Escipión se hicieran añicos la una a la otra cuando juntas hubieran sido invencibles y porqué Arturo Pendragon era tan importante por tener una mesa redonda si yo tenía una igual de redonda en el comedor de mi casa.
Crecí escuchando todas estas historias y creo sinceramente que calaron. Con los años lo hizo sobre todo el concepto de "andreia".
No me gusta observarlo al modo de Calicles, entendiendo la "andreía" como el derecho de los fuertes o la ley natural. Sí, en cambio, otra concepción de la misma que, aunque secundaria, era coetánea a ésta: la de entender la valentía por encima de cualquier otra cosa que no deja crecer al hombre y superarse. Valentía frente a sufrimiento. No sólo hablamos del enemigo externo al que hay que combatir (concepción de Calicles) sino, y sobre todo, a una interiorización del concepto de valentía frente a estados del hombre como el sufrimiento o el miedo que no hacen más que disminuir su capacidad. En ocasiones, aunque la "andreía" parece contraria a las tres virtudes clásicas (mesura, prudencia y justicia), me pregunto si en esta segunda acepción no se reúnen las tres virtudes como intrumentos para llevarla a cabo y transformar el concepto de "andreía" haciendo de éste un elemento aún más poderoso.
La valentía frente a todo lo que nos hace débiles. Qué difícil es ser un misero mortal.

1 comentario:

Sue Ellen dijo...

Tienes suerte! Mis padres nunca me leyeron cuentos ni me contaron historias. Pero quien de verdad va a disfrutar va a ser tu hijo/a que podrá escuchar a dos buenos narradores, su padre y su abuelo.